DESDE LA TORRE DE LA VELA(8)…ME VOY DE CASA

Un tabú posmoderno: el suicidio infantil o juvenil. Un tabú de la modernidad: el suicidio. Un tabú a secas: condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar (RAE). El darse la muerte a uno mismo, de modo voluntario y consciente, es una de esas cosas innombrables, censurada en este siglo XXI, que no se debe publicar nunca, salvo la excepción insalvable de participar en el concurso padre de la televisión. O mejor, el tabú es hablar del suicida, al que no se debe juzgar nunca, convencidos de que arrancarse lo verdaderamente propio, la vida, requiere la fuerza de un corazón donde anidan razones que la razón ignora, frase de Pascal, el más racional de los matemáticos, que ya es mucho razonar. Antes y desde nuestras tierras, ya Cervantes, que hablaba de amor, nos dijo: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace. Amor y vida, el suicidio y la muerte, los extremos que se tocan, sinrazones que debemos razonar.

Esta pandemia ha colocado el asunto en el punto de mira social, ese lugar censurado al que se debería dar una vuelta. Pues eso, aplicarse por entender lo que parece imposible, hasta comprenderlo. Y en este particular, no será fácil. Primer dato: han aumentado de modo exponencial la apertura de protocolos de seguimiento de los intentos o tendencias suicidas entre el alumnado, sobre todo adolescente, con extra de máxima gravedad cuando la edad es aún menor, la de alumnos de primaria.

Ya se hacen eco y hueco en los noticieros lo que, hasta hace muy poco, era un tabú, un tema no tema. Los niños y los adolescentes intentan y, a veces lo logran, quitarse la vida con más frecuencia de lo que, como sociedad, podemos tolerar. El río suena, luego corre el agua. Y con fuerza. Los trastornos mentales se cobraron el 2020 más muertes de personas menores de 50 años que el propio coronavirus; 3941 vidas auto segadas, suicidios consumados en 2020, multiplicando por tres en adultos y por dos en menores -lo más intolerable-.; 227 hombres y 73 mujeres en la franja de edad entre 14 a 29 años (Datos de noticias de RTVE, la de todos, las que hicieron trending topic del reciente suicidio de una de nuestras actrices más populares). Y nos dicen que es solo lo que sobresale, y que los intentos y autolesiones en jóvenes aumentaron un 250% durante el tiempo que llevamos pandemiados. 1 de cada 7 niños en el mundo ha estado confinado en los años 2020-2021, un contra natura.  Escalofriante. Datos.

Al escribir estas líneas me vienen a mi imaginario las caras infantiles, sagaces o de lozana juventud, Oliver Twist, Lázaro de Tormes o Rinconete y Cortadillo. También la Fortunata galdosiana, Mari Gaila esperpéntica, la Andrea que rompió el sueño de Carmen Laforet o ese loco eremita entre los “asquerosos” de Santiago Lorenzo. Los alardes culturetas serían abrumadores y la lista de un mundo desgraciado para los niños sin escala social para subir, de incierto futuro de tono gris, aislamiento de covacha y desconsuelo inmisericorde sería interminable. Niños o jóvenes, que lo de adolescentes es una franja de edad que no existía antes del último tercio del siglo XX. Pero ellos no se suicidaron. O no tenemos estadísticas.

Sin embargo, los jóvenes de ahora, en el siglo XXI de las luces de Vigo, del humanismo diverso y festivalero de Benidorm, de las raudas oportunidades laborales en bicicleta prestada por ayuntamiento correspondiente, con universidades por barrios y rentas, con una FP a la carta de cualquier fracaso, con miseria oculta tras una gorra con marca y un hambre ahíta por la caridad, lo intentan y, en demasiadas ocasiones – y, aunque sea una sola, es igual el horror-, lo logran. Si me quiero ir de casa, no puedo. Pues puedo: vuelo y se acabó.

Lo recuerdo con claridad, cuando éramos jóvenes, algunas décadas atrás. Llegaba un momento en que los jóvenes – me reitero: entonces nadie era adolescente – no lo habían inventado. Eras niña a mujer, que lo decía una canción de viaje al fondo de TVE, de modo irremediable, tras una pelea con tus padres, decías: “me voy de casa”. Como el Quirce y la Nieves, los hijos de Paco el bajo y Régula, los sobrinos de Azarías en los Santos Inocentes de Delibes: miseria, dolor y desesperación en estado de gracia literaria. Y si te atrevías y no te lo tragabas pensando en lo malo de irte a la cama sin cenar, hacías una maleta semivacía y te ibas a donde la abuela o el amigo independizado, a veces con una paternal invitación velada en un “ya volverás” o “ahí tienes la puerta”. Te ibas de tu lugar y hasta podías no volver, salvo visita familiar, pero no del mundo. Ahora, SE VAN DEL MUNDO, SU CASA COMPARTIDA, un mundo que ven lleno de oportunidades en plasma, sin esperanza analógica para alcanzar un futuro mejor. Su futuro está en la ausencia de futuro, en la eternidad o el eter, en el polvo (Nota: elija su creencia).

Todo aparenta ser tan destructivo que lo logra y nos destruye. Y hasta los niños lo sienten. Ellos no se suicidan entre las bombas de la guerra de Siria, antes de subirse en la patera que llega exhausta a Motril, o entre las alambradas de las fronteras cerradas de Bielorrusia. Ellos lo ven como única salida, lo intentan y hasta lo logran aquí.  Se me hace razón la sinrazón.

No valen o sí, usted decide, todas las razones sesudas que se pueden encontrar para esta sinrazón. Estas no son de experta, ni seudo “eso”, ni de coach para la automedicación. Pero estemos atentos si nos dicen “me quiero morir”, con los casquitos puestos con su playlist. Pueden ocultarse grandes sinrazones razonables, y si lo puedes imaginar, lo puedes lograr (Albert Einstein, el más listo de los tabúes).

MARISOL YELO DÍAZ

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